Cuentos


SARNA

Por Juan F. Mancebo


Que mundo tan distinto aquel pre Covid-19, hoy lo pienso, luego de haber conocido el pánico y el encierro que sobrevino a marzo de 2020, no puedo entender cómo fuimos tan desaprensivos respecto a las pandemias de enfermedades contagiosas. Por más que muchos creen que esa fue una ficción del Poder, con la complicidad de miles de científicos y médicos, algo que en lo personal me resulta inverosímil, pues no olvido que murieron miles en sus casas y en los CTI por causas atribuida a los "factores de riesgo" de los enfermos. En lo personal tenía un par de esos "factores de riesgo" y con la información que los medios difundían tenía la convicción de que si me enfermaba de esa peste, moriría. Hoy casi cinco años después, puedo decir que no me enfermé, aun cuando las personas más cercanas lo padecieron con menor o mayor intensidad, ni siquiera fui hisopado nunca. Pero esta historia no trata del Covid ya que es previa a diciembre de 2019, cuando se informó que en la ciudad de Wuhan, en la lejana China, se estaba propagando una enfermedad que podía ser mortal y de la que fuimos indiferentes, hasta que finalmente nos llegó.


Íbamos camino a la ciudad de Florida con Lorena en nuestra primera salida de fin de semana. Nos habíamos conocido hacía un par de meses en una red social, simpatizamos y tuvimos largas charlas por chat, hasta que finalmente salimos en persona. Desde que la vi supe que era la mujer que buscaba ya que tenía una personalidad exuberante, un humor algo ácido y una apariencia física muy atractiva, a pesar de su mediana edad, por cierto algunos años menor que yo. Teníamos muchas cosas en común en nuestros respectivos pasados que fuimos compartiendo. Estaba feliz con su compañía y me sentía rejuvenecido. El viaje lo hicimos charlando animadamente y no sentí el cansancio de conducir. Llegamos a Florida a la tardecita y no conseguimos hotel donde quedarnos, no había tenido la precaución de hacer reservas, estaba todo ocupado por una fiesta gaucha que tendría lugar al otro día. Finalmente y luego de mucho preguntar llegamos a un hotelito de dudosa modernidad, por decirlo de alguna manera. Las habitaciones, algo precarias igualmente nos permitieron acomodarnos. Pregunté en recepción donde cenar y me recomendaron el restaurante de Club Florida. Las instalaciones no eran gran cosa, pero la comida estuvo muy buena, especialmente el postre. Entre risas disfrutamos esas manzanas caramelizadas acompañadas de una bocha de helado de crema. Realmente una exquisitez. De regreso al hotel, no era la primera vez que compartimos la cama por lo que nos sentimos muy cómodos el uno con el otro, sin por ello dejar de sentir ese hormigueo tan característico de la ansiedad de los primeros roces, cuerpo con cuerpo, piel con piel. Ya casi por dormir y notando que la almohada era demasiado baja para mi costumbre, abrí el placard y saqué una frazada que coloqué bajo la almohada.


A la mañana siguiente, luego de desayunar, salimos de recorrida por los principales puntos de atracción turística. La hermosa catedral, la Piedra Alta, el Parque Robaina, la Capilla de San Cono y alguna cosa más. A media tarde emprendimos el regreso a Montevideo contentos por el paseo y sobre todo por la química que nos estaba uniendo. Al otro día, lunes, volver a la vida normal, cada uno en su casa y mucho chat. Lorena estaba divorciada y repartía su tiempo entre su hija, en edad escolar, su consultorio y las tareas del hogar. Por mi parte vivía en el barrio histórico de la ciudad, donde también estaba mi oficina, a unas pocas cuadras de distancia, las que recorría caminando todos los días. También divorciado, vivía solo en un apartamento pequeño, salvo por la compañía de mi gata. Así transcurría la rutina de lunes a viernes y al finalizar el día teníamos largas charlas por chat con Lorena. Los viernes al finalizar el colegio, la hija de Lorena se iba con su padre y Lorena venía a casa. Nos sentíamos muy bien juntos, compartimos el gusto por el cine al que íbamos con frecuencia, así como por las largas caminatas por la Ciudad Vieja, el barrio histórico de la ciudad donde vivía y donde también había numerosas cafeterías y restaurantes que solíamos frecuentar. A la noche intentábamos ver alguna película en la TV que nunca terminábamos de ver porque entre juegos nos íbamos a la cama siempre. Ambos disfrutamos mucho la intimidad compartida. Debo decir que de cuantas mujeres he conocido, ella fue la que más disfruté en materia sexual. Sin inhibiciones y con un apetito que me superaba hacía que la semana pasara como una sombra para que, en el fin de semana, explotara la pasión. Yo ya era un hombre maduro y en ocasiones pensaba que tanto despliegue de energía en algún momento se cobraría el precio.


Hacía ya más de dos semanas de nuestra escapada a Florida cuando empecé a sentir picazón en la zona del pecho y a ver unas extrañas pintas rojas que con el pasar de los días se fueron extendiendo. Un par de días después ya no podía más de la picazón y fui a la emergencia de mi mutualista en procura de una consulta urgente con dermatología. Me informaron que no existía dermatología de urgencia y que tampoco había consultas a consultorio, disponibles hasta dos meses después. Como insistí con la urgencia, dijeron que iban a tratar de encontrar alguna solución, pero me fui para mi casa disconforme con la atención médica de mi prestador y por la que me descontaban puntualmente una cuota de mi salario. Realmente ignoraba que si eso me hubiera sucedido un par de meses después, cuando ya la epidemia de Covid 19 estaba declarada, me hubiera sido materialmente imposible obtener cualquier auxilio médico para mi afección. Quien sabe que hubiera sido de mi, posiblemente un número más en la estadística. A la mañana siguiente me llamaron de la mutualista para informarme que podía concurrir a una policlínica, ubicada en un barrio de la ciudad llamado Malvín, donde fuera de la agenda de consulta, una dermatóloga me atendería.


Buenas tardes doctora le dije. Una mujer levantó la vista de una carpeta sobre su mesa y me dijo: "llamaron de Central para que lo atendiera fuera de agenda porque aparentemente tiene un problema urgente. ¿Qué le sucede?". Le expliqué lo que me sucedía, ella procedió a examinarme y me preguntó. ¿Viaja mucho en transporte público? Le respondí, no, camino o uso el automóvil. ¿Tiene contacto con perros desatendidos? Nuevamente mi respuesta fue negativa. Ud. tiene sarna, me dijo. ¿Sarna repetí yo? ¿Cómo es posible, mis condiciones de vida son higiénicas, como pude pescar esta peste? ¿Ha dormido en algún hotel recientemente? Allí fue que recordé de inmediato la frazada que saqué del placard de aquel hotelucho en Florida. Seguí el tratamiento indicado y mejoré en unos días, pero me seguí preguntando, ¿que me hubiera pasado si me hubiera sucedido en pandemia?


"Lorena" en el Prado de la Piedra Alta, Florida


LAURA

Por Juan F. Mancebo


Partió rauda la caravana formada por dos modernísimos autobuses en los que viajabamos los representantes extranjeros y dos vehículos militares que nos escoltaban, con soldados armados a guerra. El trayecto entre el hotel en el que nos alojabamos en Villahermosa, capital del Estado de Tabasco, hasta la mansión del gobernador para un recibimiento protocolar transcurrió sin sobresaltos. Allí, luego de las palabras de bienvenida y los discursos de rigor, fuimos agasajados con un excelente almuerzo en el patio interno de la Quinta Grijalva, residencia oficial del gobernador desde 1953, con la presencia del gobernador y sus principales funcionarios.


Finalizado el banquete y con un breve descanso para socializar se produjo el espontáneo acercamiento, como generalmente ocurría, entre los representantes de Uruguay, Argentina y Chile. La representante argentina era una destacada abogada de mediana edad, muy extrovertida y simpática, en cambio la fiscal que representaba a Chile, más jóven y a quien ya conocía, era más bonita pero también más misteriosa. Ella frecuentemente desarrollaba un juego de poder en las sombras, ese era su estilo. Inmediatamente Amanda, la argentina, me preguntó con admiración por José Mujica, presidente de mi país en ese momento, fascinada por su popularidad internacional y su estilo tan particular. La chilena en cambio, fingía atender la conversación, pero su radar buscaba otros intereses. La conversación giró en torno a la reciente adquisición de la "Feyari" por parte del empresario argentino Héctor Méndez. La potente Ferrari 348-TB, originariamente propiedad del ex presidente Carlos Menem, obtenida hacía veinte años como regalo de Massimo del Lago, un empresario italiano interesado en obtener la concesión de una autopista y que luego diera lugar a una controversia jurídica acerca de si los regalos a un presidente eran propiedad de presidente o del Estado, había sido vendida y comprada varias veces. Dicha controversia gestó la ley anticorrupción argentina y la consiguiente formación de la oficina en la cual Amanda ocupaba un alto cargo. Llegó la hora de subir a los autobuses y la chilena, no se en que momento, había desaparecido.


Cómodamente sentado en una butaca muy espaciosa del autobús y disfrutando del aire acondicionado ya que era un día caluroso, repasé la agenda de conferencias que tendrían lugar a continuación, en dos salas del hotel en el que nos alojabamos. En el asiento de enfrente dos colombianos buscaron conversación, pero no estaba interesado, así que la eludí de la forma más diplomática posible. Tres horas después, finalizadas las exposiciones, me dirigí hacia el lujoso salón comedor a fin de cenar.


Había llegado la tarde anterior a Villahermosa, luego de un agotador vuelo en tres escalas, Montevideo-Lima-Ciudad de México y finalmente Villahermosa distante unos setecientos kilómetros de la Capital Federal. Había tenido oportunidad de un recorrido turístico por la ciudad antes de caer agotado en la cama del imponente hotel. Mi presencia allí era un poco casual ya que por mi rango institucional en la Oficina, puesto que era un funcionario de carrera y no un político, era poco frecuente que representara al país en eventos en el exterior, no obstante, por especiales razones, allí estaba. Se trataba de una invitación del país anfitrión, así que era una misión oficial que no ocasionaba gastos para el país, ni tampoco generaba viáticos ni otros beneficios. Quizás esa era una de las razones, aunque no la única, por la que mis jefes no habían estado interesados en concurrir. Mi misión consistía en hacer conocer un nuevo proyecto que estábamos implementando y del cual era responsable operativo. Mi presentación tendía lugar al día siguiente, así que repasé el texto que había traído preparado.


Antes de dormir, sentí el impulso de comunicarme con Laura y contarle los acontecimientos de día. Hacía un par de meses que me conectaba casi a diario con ella por chat, aunque no la conocía personalmente, habíamos llegado a tener un intercambio personal, incluso íntimo de relatos acerca de nuestras vidas. Ella era una jóven profesional, mucho más jóven que yo y en pleno y doloroso proceso de divorcio. Madre de una hija pequeña, no la tenía fácil, pero su madurez y temple le permitía sobrellevar la situación con dignidad. Comprendía su situación porque yo también hacía poco tiempo había pasado por el desgastante proceso de un divorcio. Nos habíamos conocido en una red social y como dos cuerpos celestes atraídos por una fuerza misteriosa, fuimos aproximándonos en la conversación, en el grupo cada vez más reducido de personas que intercambian opiniones, hasta quedar finalmente ligados en un mano a mano casi a diario. Me atraía la frescura y franqueza punzante de sus opiniones. Con ella no había lugar a la mentira ni a la hipocresía, al menos eso creí. Tomé el celular y ella, de inmediato respondió, charlamos hasta la madrugada en un ir y venir de anécdotas y temas muy disfrutables. Finalmente, llegó la hora de dormir.


Las actividades comenzaron temprano en la mañana por lo que solo hubo tiempo para un rápido desayuno. La mañana pasó rápido, con muchos temas interesantes para reflexionar. Al terminar revisé mi celular y para mi sorpresa había una foto de Laura saliendo de la ducha con una visión generosa de su escote y un comentario sobre lo apurada que estaba por sus tareas del día. Debo confesar que la visión me perturbó y perduró en mi memoria todo el día. El almuerzo transcurrió compartido con Amanda y María sobre las conferencias de la mañana. La chilena no emitió ningún comentario sobre la razón por la cual no había regresado al hotel con nosotros el día anterior. Dos días antes llegamos a Ciudad de México en el mismo vuelo con María. Al hacer la cola para abordar el vuelo a Villahermosa, María se adelantó y exhibiendo su acreditación al congreso, reclamó acaloradamente el extravío de sus maletas ante los funcionarios de migraciones, quienes la retuvieron, al punto que perdió el vuelo. Llegó al otro día y se comentó que la habían llevado a tiendas exclusivas para que comprara ropa, zapatos y otros implementos a cargo del gobierno anfitrión. No obstante, sus maletas extraviadas, finalmente llegaron ese mismo día.


En la mañana tuve mi presentación y para mi decepción las preguntas marcaron más el interés por el promocionado Plan Ceibal, la entrega de pequeños laptops a niños escolares, que por el proyecto que acababa de presentar. En un descanso me retiré a un rincón del hall y busqué a Laura para chatear. Ella estaba entrando en una audiencia y no podía hablar en ese momento, pero "te mando un regalito", me dijo. Seguidamente, llegó otra fotografía, en este caso bastante más explícita que renovó mi deseo por conocerla personalmente. Este estilo de relaciones mediante conversaciones en redes sociales y fotografías más o menos privadas eran nuevas para mi y no dejaban de incomodarme, pero las imágenes eran muy tentadoras y no hacían más que estimular mi interés. Al momento se acercaron dos jóvenes mexicanas interesadas en ampliar datos sobre el proyecto que había presentado recientemente. Su interés radicaba en que trabajaban en el área en cuestión y en unos meses estarían en un congreso que tendría lugar justamente en Montevideo, por lo que aprovecharon para pedirme información sobre la ciudad, el clima y cosas así.


A la noche tuvo lugar el cierre del congreso con una cena de gala con las autoridades. Al ingresar el lujoso salón pude ver en la mesa principal, al costado del gobernador y charlando desenfadadamente a la chilena luciendo un espléndido vestido rojo que realzaba aún más su atractiva figura. No pude menos que especular sobre la causa de su desaparición, la tarde anterior, en la quinta del gobernador. Los participantes locales habían perdido su timidez inicial y se intercalaron, charlando amablemente con los participantes. Siguieron bailes típicos por bailarines ataviados con vistosos trajes originarios, pues era una región de una muy arraigada cultura olmeca. Con el discurso de cierre del congreso, el gobernador se retiró acompañado de algunos funcionarios de gobierno y como no, de la espléndida chilena. Me retiré a mi habitación, rechazando la invitación para conocer la vida nocturna de la ciudad porque al otro día tenía contratada un visita al museo regional de antropología, aprovechando que el avión de regreso partía a la tarde. Antes de dormir tuve oportunidad de charlar un poco con Laura y de hacerle saber mi interés de conocernos personalmente. Así quedamos combinados para el día siguiente a mi regreso y debo decir que la despedida presagió un cálido encuentro y tormentosos sueños para esa noche. A la mañana, en el desayuno, aproveché a despedirme de Amanda, la simpática argentina que me había dejado una muy buena impresión y me trasladé al museo de Tabasco. Un moderno y espectacular edificio albergaba esculturas y artefactos de la cultura olmeca. Lo más sorprendente que recuerdo fueron las famosas "cabezas sonrientes" de dimensiones colosales e inconfundibles rasgos orientales, muy diferentes de los de la fisonomía local. Lo segundo impactante fue conocer el original del "calendario maya", que había estado tan de moda el año anterior donde según se decía en ese calendario se había pronosticado el fin del mundo, el que felizmente no ocurrió. Al regresar al hotel, apenas tuve tiempo para abordar el ómnibus en que nos llevarían al modesto aeropuerto de Villahermosa. El avión de cabotaje nos llevó al aeropuerto de Ciudad de México donde tuve tiempo de comprar algunas chucherías para llevar de regalo. Como gentileza del gobierno no hicimos los trámites de aduana ni de migraciones y abordamos el avión directamente. Para mi sorpresa mi asiento era contiguo del que ocupaba María, la chilena. Luego de los saludos del caso y de acomodarme en el asiento, María se levantó. Subieron todos los pasajeros y minutos antes de decolar, se escuchó la voz de una azafata indicando mi nombre y que debía acercarme a la puerta del avión. Sin entender qué pasaba, así lo hice y la azafata amablemente me pidió que cambiara mi asiento por razones de indisposición de una pasajera, a la vez que me conducía a mi nueva ubicación. María había jugado sus cartas dejándome en claro que yo no estaba a la altura de sus intereses. Se trataba de un avión de Lan Chile, por lo que ella era locataria.


Luego de volar toda la noche, y ya en el aeropuerto de Carrasco, feliz de haber regresado, abordé un taxi y me dirigí a mi casa en el centro de la ciudad. Esa tardecita, por fin conocería físicamente a Laura, pero esa es otra historia.


Plaza principal de Villahermosa, capital del estado de Tabasco, México


LA DELFINA

por Juan F. Mancebo


Sobre las olas

bandada de gaviotas.

Algarabía.


Estacioné el auto de frente a la vereda como está indicado por las líneas amarillas pintadas sobre la calle en esa zona de la rambla. Por el parabrisas podía ver un enorme globo rojo-anaranjado que se sumergía en el mar. Mañana tendremos otro día de calor como hoy pensé, mientras salía del auto. Era la hora dorada como la conocen los fotógrafos, la transición entre el día y la noche que suele dar una luz particular tan buscada en las fotografías. A la izquierda un enorme cerro, último de una cadena con cumbres bastante altas, para la plana orografía del país, se recostaba en la playa. Las primeras luces aparecían ya como luciérnagas en el paisaje, marcando la hora en que la virazón cede y deja de traernos ese perfume a mar lejano que tanto me gusta. Toda la naturaleza lucía su esplendor en esta pequeña ciudad turística, tan amable y tranquila que había elegido para vivir mi retiro. La vida aquí es relajada y brinda todo para que los turistas la disfruten y dejen su dinero en beneficio de los pequeños comerciantes locales que son la principal fuente de trabajo de los habitantes. Los turistas llegan a miles a disfrutar el verano, aunque no saben que la mejor cara del balneario se presenta cuando ya se han retirado, en el otoño. En esa época retoma su sereno ritmo natural y los pájaros vuelven a ocupar los lugares que dejan los visitantes, para deleite de los amantes de la naturaleza como yo.


Con cuidado, porque el tránsito era intenso, crucé la rambla camino al Argentino Hotel donde tenía lugar la exposición de fotografías que venía a ver. Subí las escaleras que me llevaron al hall del imponente hotel, otrora el más importante de América del Sur, con habitaciones para más de mil doscientos huéspedes y genial creación del visionario Francisco Piria, a comienzos del siglo XX. Dos imponentes esculturas de leones alados flanqueaban el ingreso como guardianes de una línea imaginaria donde el tiempo ya no era el mismo, donde el presente y el pasado se mezclaban misteriosamente. Ingreso al Hall y de pronto he retrocedido un siglo y toda la arquitectura y decoración me lo recuerdan, tan lejos de los ascéticos halles de los hoteles modernos, aquí los mármoles y el dorado a la hoja derrochan lujo. La imponente escalera al fondo del recinto no deja lugar a dudas de que allí se alojaron generaciones de turistas de muy alto poder adquisitivo. Al pie de la escalera giré a la derecha rumbo al Salón Dorado donde tenía lugar la exposición. Una veintena de personas contemplaban y comentaban en voz baja las enormes fotografías que bordeaban el majestuoso salón que en orden cronográfico daban cuenta testimonial del proceso de fundación y desarrollo de esa pequeña ciudad balnearia, concebida desde sus orígenes, hace más de un siglo, como turística. Me detengo en la primera, un descampado pedregoso donde el cerro del Inglés, hoy conocido como cerro San Antonio termina en un endeble muelle de madera. Al fondo más cerros y playas también con escasa vegetación y sin presencia humana. Al pie de la fotografía o daguerrotipo, no lo tengo claro, hay una leyenda que dice, Puerto de Piriápolis, Archivo Sodre. A la derecha un cartel con un texto daba cuenta de que no se registra presencia humana en el lugar con anterioridad al siglo XVIII, donde los barcos esclavistas, de regreso, luego de haber depositado su oprobiosa carga en el puerto de Buenos Aires, cargaban cueros de vaca de contrabando por el endeble muelle, antes de emprender su regreso al viejo mundo, para su maldito "comercio triangular". Siguió un lento y atento recorrido por más de medio centenar de fotografías que completaban la muestra, pero esa primera dejó en mí una marca inexplicable.


De camino a casa, las tranquilas calles que subían los cerros rodeados de bellas casas con cuidados jardines y frondosas arboledas se veían tan diferentes del árido paisaje que mostraba esa primera foto de la exposición, tomada más de cien años atrás. Al llegar acompañé un vaso de limonada perfumada con menta de mi pequeño huerto con un trozo de pan francés y lo que quedaba del rico queso brie. Ya en la cama, mientras tomaba nota mental de que debía ir a Maldonado por más queso y otros trámites al día siguiente.


Fuertes golpes en la endeble puerta al grito de capitán, capitán, ha llegado "La Delfina", despertaron al prefecto del puerto de San Fernando de Maldonado. Medio dormido aún, vertió agua del pozo en la palangana y se lavó la cara. Qué hace este sucio patacho portugués en mi puerto, se preguntó mientras preparaba unos mates. Unas duras galletas marineras y un trozo de queso grasoso mientras mateaba, fue su desayuno. El parte que debía elevar a su amigo don Pedro Lenguas, ministro de Guerra y Marina del nuevo gobierno de don Manuel Oribe no podía esperar, pero la llegada del mugroso patacho podía cambiar su informe, así que mientras masticaba la galleta, mascullaba que hacer. Vistió su uniforme y encaminó sus pasos hacia el puerto. Fondeadas en la bahía, se veía "La Eufrasia" y "La Adelaida", pertenecientes a la flotilla del comerciante Francisco Aguiar. Anclado a unos treinta metros del muelle, un patacho de dos palos, mezcla de bergantín y goleta, de unas treinta toneladas de carga, de nombre "La Delfina", perteneciente a los prestamistas. Domingo Vázquez y Teodoro Vilaça, acreedores del gobierno de la República le esperaba. De un salto abordó el chinchorro que había enviado el capitán para transportarlo. Al aproximarse al barco un hedor indescriptible le abrazó. Una mezcla de orina, heces humanas y sangre presagiaron una tragedia a bordo. Inmediatamente se dirigió al camarote del capitán, allí don Francisco Casas le esperaba con un aspecto descuidado y para nada acorde a su rango. Luego de los saludos de orden, el capitán Casas le extendió el manifiesto de carga que esperaba desembarcar a puerto. En el mismo contaba cuarenta libras de carey, doscientos cocos de bálsamo y trescientos treinta y seis "colonos". También el capitán dio cuenta de la necesidad de aprovisionar víveres, así como declarar la muerte de doce prisioneros como consecuencia de una revuelta ocurrida dos días antes en la bahía de Pan de Azúcar. Esto último era necesario ya que la jurisdicción de la prefectura de Maldonado abarcaba desde la desembocadura del arroyo Solís al oeste, hasta la laguna Garzón al este. El prefecto autorizó la descarga mientras pensaba que en vez de "colonos" debía decir niños esclavos, porque eso es lo que eran. Ni bien se constituyó la República don Frutos prohibió el tráfico de esclavos en todo el territorio, pero los esclavistas se las ingeniaron para continuar con su negocio bajo la excusa de que transportaban colonos, los que debían ser menores a 16 años, mediante el pago de enormes sumas de dinero a las autoridades. De regreso en su despacho completó su "parte" a don Pedro con las novedades de La Delfina y salió a completar sus tareas del día.


Me desperté temprano, luego de un café con tostadas y los aprontes del caso, salí rumbo a punta Imán que constituye la prolongación del cerro San Antonio que se hunde en el mar, lindero al puerto, con la intención de fotografiar algunas de las garzas que suelen estar en esa zona. Al rato de llegar pude ver a un hombre joven recorriendo la costa entre las rocas con un detector de metales. Era frecuente verlos en la playa, pero no recordaba verlos allí. La curiosidad me hizo acercarme y emprender un breve y superficial diálogo sobre el clima hasta formular la infaltable pregunta que, tanto a los pescadores como a los buscadores de metales se les hace: ¿pescó algo, o en este caso, encontró algo? El joven amablemente sacó de una mochila que transportaba una vieja y oxidada cadena de hierro con un par de grilletes en sus extremos. El insólito objeto me sorprendió y de inmediato recordé el extraño sueño que había tenido la noche anterior.

Al levantar la vista me pareció ver a lo lejos en el mar, la silueta de un viejo navío de dos palos y velas cuadradas, a todo viento hacia el este. ¿O fué un reflejo del sol?


Diciembre de 2024


Bibliografía consultada:

  • Alex Borucki, APUNTES SOBRE EL TRÁFICO ILEGAL DE ESCLAVOS HACIA BRASIL Y URUGUAY: LOS "COLONOS" AFRICANOS DE MONTEVIDEO (1832-1842), 2009

  • Carlos Seijo, Maldonado y su región, 1999

Escultura de leon alado en el Argentino Hotel de Piriápolis