
Aroma a pinos,
pasos en suave césped.
Cerros y mar.
(Haiku, Juan, 2024)
LA MISTERIOSA DESAPARICIÓN DE LA PEQUEÑA LUANA
¿Pecho ceñido,
por qué esa desazón
antes del alba?
Me levanté muy temprano ese sábado como corresponde a un jubilado solitario. Preparé mi taza de café negro, con dos tostadas y salí al porche de mi casa a disfrutar de la mañana recién amanecida y del perfume de las flores en el aire fresco de la mañana primaveral. La sensación de desasosiego y angustia que sentí al despertarme, no se había desvanecido, seguía ahí como anticipo de una mala noticia. Diariamente, luego de desayunar le daba la comida a mis gatas que rondaban entre mis piernas, dándome muestras de cariño y llamando mi atención para que procediera a alimentarlas, porque como es sabido, si hay un animal interesado, estos son los gatos. Una de las dos, la más cariñosa, una hermosa gata gris de pelaje tupido era Luana, extremadamente amigable, siempre estaba cerca. Nos habíamos hecho muy compañeros y disfrutábamos a diario de esa cercanía. Cuando salía de la casa, ella me esperaba y ni bien me veía regresar bajaba la escalera hasta la vereda para acompañarme en la subida. La otra, su hija, una gata barcina que tendría unos tres o cuatro años de edad, era la típica gata callejera, seguramente rechazada por su dueño y abandonada a su suerte ni bien nacida fue amamantada por su madre como pudo, se crió "a campo" y nunca fue domesticada. Como tal era extremadamente recelosa y arisca. No se dejaba acariciar y siempre estaba pendiente del menor gesto sospechoso para emprender una huida corta, de unos pocos metros, puesto que ya habían pasado más de dos años desde que las alimentaba a diario y algo de confianza había ganado en ella. Aún así teníamos algunas diferencias, por ejemplo ella adoraba dormir sus siestas sobre mis albahacas y a mi eso no me gustaba nada. Se lo hacía saber y con la absoluta presidencia que solo pueden tener los gatos hacia los regaños de sus amos, al otro día se acostaba nuevamente sobre mis albahacas.
Me traslade a esta cómoda casa en un barrio apartado de una pequeña ciudad turística ni bien me jubilé de mi trabajo en la metrópolis, capital de mi país. Huyendo del estrés, el tráfico y las multitudes elegí esta pequeña ciudad cosmopolita ubicada entre los cerros y el mar para vivir y disfrutar de mi retiro.Habitada por gente tranquila y amable, me llamó la atención de inmediato la limpieza y prolijidad de la ciudad y la tranquilidad del tránsito en las calles. Alquilé una casa en un barrio con casas cuidadas de abundantes jardines y mucho verde. Varios terrenos baldíos conservaban la frondosidad natural de pinos y eucaliptos que otorgaban al aire fresco ese aroma inigualable. Era el sueño de mi anhelado retiro. A poco de tomar posesión de la casa, aparecieron dos gatas, tan recelosas como hambrientas. Pronto comprendí que no tenían amos que se ocuparan de ellas y comencé a alimentarlas. Ellas venían, comían y se perdían de inmediato en la frondosidad de los jardines aledaños. Con el tiempo su estadía en la casa comenzó a prolongarse y así iniciamos nuestra amistad, hasta que aquel sábado en la mañana, Luana no apareció.
"Otra vez la gata del vecino agredió a Ceniza". Pobrecita dijo María, "ya la vi acurrucada en el rincón. Algo habrá que hacer porque esto no puede seguir así". Pedro, su marido estaba realmente molesto con la situación. No era suficiente que las gatas del vecino defecaran en su jardín sino que además le propinaban verdaderas palizas a la pobre Ceniza. Pedro y María eran dos profesionales de mediana edad que trabajaban en una ciudad cercana por lo que la casa permanecía buena parte del día solitaria y su gata quedaba, cuando salía, expuesta a las duras disputas territoriales felinas, entre Ceniza y cuando no, la hija de Luana
Eso ya había sido motivo de queja de Pedro y yo le había respondido, algo avergonzado, que no tenía control sobre las gatas ya que eran silvestres, que yo solamente las alimentaba y daba alojamiento temporal en mi porche. Mi casa y la de mis vecinos Pedro y María eran contiguas y bien sabido es que los gatos no respetan las delimitaciones territoriales de los humanos, ellos tienen las propias y las defienden. Felizmente este incómodo problema entre los felinos no había escalado a una de las tan habituales disputas entre vecinos. ¿O sí?, me pregunté por un momento, buscando una explicación para la ausencia de Luana aquella mañana, con cierto sabor a culpa porque quizás no había atendido el problema en su momento. Recientemente había surgido otro motivo de disputa sorda con mis vecinos. En ocasiones una comadreja o zarigüeya, como se conoce en otros países, se introducía por las noches en mi porche para comer los restos de comida que habían dejado las gatas. El problema era que atravesaba el jardín de mis vecinos y María se horrorizaba cada vez que advertía su presencia, al punto que era un verdadero problema para Pedro. Nuevamente, yo era indirectamente el culpable. Para mi las incursiones furtivas de la comadreja eran motivo de regocijo ya que soy gran amante de la fauna silvestre y su conservación. Las comadrejas son pequeños animales silvestres que no transmiten enfermedades a los humanos, tienen el tamaño de un gato y se alimentan de insectos y pequeños roedores, por lo que resultan benéficas para el ambiente. Sin embargo, inexplicablemente para mi, muchas personas sienten rechazo y aún pavor ante su presencia. Tal era el caso de María.
Aquel sábado que desapareció Luana, en la madrugada sentí unos ruidos sordos que no reconocí, pero me despertaron. Entre sueños no les presté atención, pero quizás fuera Luana que cayó en una trampa destinada a la comadreja. O es solo mi imaginación, no lo sé. Dos días después, el vecino del otro lado me dijo que el sábado por la mañana había aparecido un gato muerto en la calle, quizás lo mató un auto que pasaba, como saberlo. Lo que sí sé es que la extraño.
PD: Dos meses después desapareció la hija de Luana, ya no apareció a comer. Ultimamente se había amansado un poco, se acercaba y permitía que la acariciara cuando le daba de comer. Posiblemente se sintiera sola y extrañara a su madre, si es que eso existe en la psicología gatuna. Incluso solía dormir en el barandal, en el mismo lugar que lo hacía antes su madre. Lo cierto es que estaba distinta, más amigable y eso me alegraba. Ayer sábado la busqué y al no encontrarla por ninguna parte, revisé la cámara de vigilancia. Encontré que en la madrugada habían entrado dos perros grandes al porche y se intuía la tragedia por los gruñidos que habían quedado grabados. El misterio quedaba tristemente resulto, ambas gatas muertas presumiblemente por los colmillos de temibles perros callejeros. Que triste final.
por Juan F. Mancebo
Febrero de 2025
